jueves, 19 de enero de 2012

El cantante de Jazz

Vivir en una gran ciudad te convierte en un ser gris, que se levanta todas las mañanas y empieza el día cual robot: repitiendo.
Sales a la calle y caminas con paso firme y ligero, sin ningún atisbo de sentimiento en el rostro: a lo sumo con cara de pocos amigos.
Subes al transporte público y eres uno más del rebaño, un borrego anónimo sumido en sus propios pensamientos sin mirar a la persona que tiene al lado: eres un ser completamente automatizado.
Aunque de vez en cuando, la suerte cambia la banda sonora de la rutina. Es al bajar del tren de cercanías e ir caminando por uno esos tantos pasillos blancamente impersonales, fríos, dirección al metro, cuando me deleito en mi propio silencio: un hombre de mediana edad, con perilla blanca (un blanco diferente al de los túneles del metro) y trompeta...
...en mano, dedica a todos los que por allí pasamos su arte, su música.
Hay quienes se cruzan con él como si nada ocurriera pero a mí, no sé por qué (o quizá sí) consigue arrancarme una sonrisa con su voz tan desgarrada como cálida de auténtico Jazzman. Es una voz que me llega al alma y hace que cuando paso por su lado, sin haberlo pensado sonría en agradecimiento.
Él también me saluda con la cabeza y entre la letra de la canción interpretada entremete un “buenos días señorita”, que convierte el resto de mi trayecto en un camino menos desagradable. Tras ese pequeño regalo me siento más humana. 
Lástima que no suele estar allí todos los días; a pesar de ello, siempre que bajo del tren agudizo el oído para comprobar si esa mañana me regalará su arte o, simplemente, será otra mañana gris.

La Minina
Imagen (Google)

3 comentarios:

  1. En el Metro hay verdaderos artistas y gente con poquita vergüenza (y menos oído o sentido musical), pero casi hay más de lo primero:)

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  2. Las grandes ciudades deshumanizan al ser humano (y valga la redundancia), y más en nuestro sistema. La masificación, las prisas, el estrés, el tráfico, los ruidos...hacen que estés en una tensión continua que difícilmente logras relajar, a la larga, en una sola noche. De ahí el gran aumento de las neurosis depresivas. Si tuviésemos ese tiempo que cuentas para vivir y observar, o pararnos a disfrutar de las cosas y hechos que nos rodean, no necesitaríamos las clases de yoga que nos venden, ni las terapias de relajamiento, ni nada por el estilo. Sólo se trata de cambiar la forma de vida.
    Saludos y un abrazo.

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  3. Se agradece un poco de música que corte con la monotonía de cada día al ir al trabajo.

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