domingo, 5 de junio de 2011

Encuentros en la red

Dos personas diferentes pero en situaciones muy parecidas. Solas. Él acababa de dejarlo con su pareja y ella estaba divorciada. El azar del destino los llevó a conocerse en una de esas de páginas de juegos on line. -¿De dónde eres?-, -me llamo Paco-, -si quieres te doy mi correo-. Fueron pasando los días y continuaban encontrándose, pero ahora lo hacían habiéndose citado previamente.
Lo pasaban bien juntos, eran afines en varios temas y, sobre todo, se daban mutua compañía.
Así las cosas, y ya cansados de lo artificial del medio que les unía, decidieron que era momento de saltar a la realidad.
Quedaron un sábado por la noche. La tarde de ese mismo día discurrió para Teresa entre nervios y...
...dudas respecto al atuendo que debía vestir. Él, sin embargo, no halló dificultades a la hora de elegir la ropa, pero: -¿Le pareceré tan atractivo como por la cámara web?-, -¿podré ocultar mi problema?-.  

Eran las nueve y cuarenta y cinco. Ella entró al restaurante con las manos sudorosas y estirándose la camiseta, intentando que nada de su aspecto estuviera fuera de lugar. Pidió un refresco. Se arrepintió de haber llegado antes de lo previsto;  dudas y miedos comenzaban a anudarle las tripas hasta el punto de tener que ir al aseo dos veces en diez minutos. De repente, mirando la gente pasear a través del cristal notó que alguien se paraba ante su mesa. no lo vio. Volvió la cabeza y de pie, impecable, sonriente, estaba él. Se saludaron, dieron un beso en la mejilla y pidieron la cena. Después de dos horas de conversación ambos habían recuperado ya su naturalidad.
-Está siendo una cita maravillosa; es una persona encantadora-, pensaba Teresa. Paco, por su parte, no podía pensar debido a la acumulación de sangre en sus partes bajas.
Cuando salieron del local era ya tarde. La noche prometía, ofrecía a ambos la oportunidad que tanto tiempo andaban esperando para poder entregarse a placeres ya casi olvidados. la temperatura resultaba tan agradable que optaron por dar un paseo. Caminaron largo rato. Bordeaban un parque cuando, inesperadamente, alguien gritó el nombre de él. Miraron en dirección al lugar de donde procedía la voz y frente a los dos se hallaba una mujer ataviada con una bata blanca y acompañada de dos "gorilas" que dijeron al unísono: -Paquito, sabes que has de estar en tu habitación antes de las 12, que si no te tomas tu medicina a la hora que te prescribió el médico empezarán las alucinaciones. Así que tira p'alante, que pronto es tarde-. Acto seguido, cogieron al enfermo por los brazos y lo subieron a un coche ante la mirada estupefacta de Teresa quien, entre llantos desapareció en la oscuridad musitando: -Por qué siempre me pasará lo mismo, Señor, por qué...-.¡ Hay que joderse !.

La Minina
Imagen (Google)

5 comentarios:

  1. Que precioso y que triste... el amor.

    Saludos ;)

    ResponderEliminar
  2. Se volvió loco por el amor... pero, ¿por su presencia o su ausencia?

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno minina!!! me ha gustado mucho!. Un beso.

    ResponderEliminar
  4. ¡Hola de nuevo Minina!.
    Por aquí ando otra vez; llevaba ya un tiempo sin leerte (desde ¿Eres Ofiuco?, me parece) y veo que los relatos tampoco se te dan nada mal, me has hecho reír bastante. ¡Vaya drama a la española!, jajajajaja...

    Abrazos.

    ResponderEliminar
  5. Por cierto, olvidé decirte que soy Eva. Qué despistada soy, por Dios.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.