-A ti no ocurrir abrir grifo arguno
ni tampoco estirrrar de la cadena,
mientras yo no acabar toda mi faena-,
me dijo con claro acento moruno
desde el piso de abajo el fontanero.
Mas yo que soy de intestinos ligeros,
tras una sopita y unas lentejas,
no tardé en ir al cuarto de baño
a plantar un pino que me hizo daño
incluso en las mismísimas orejas.
Y allí, de pie, viendo orgullosamente
cómo se lo llevaba la corriente,
recordé con espanto y de repente
las palabras del pobre fontanero
que estaba trabajando en el primero.
¡Pasó todo tan rápidamente,
se desarrolló con tal premura la acción!,
que aún no me había subido el pantalón
y ya el pocero golpeaba atrozmente
mi puerta, ¡alabada sea la puerta!
(me evitó una zurra a ciencia cierta),
pues según pude ver por la mirilla,
tanto las lentejas como la sopa
le manchaban cabeza, cara y ropa;
la mierda le llegaba a las rodillas.
Y en absoluto exagero si digo
que entre sus gritos y mis propios nervios
pensé en romper mi medroso silencio
e invitarlo a cenar en plan amigos,
aunque, obviamente, seguí callado
y solo abrí la puerta, ¡santa puerta!
(me evitó dos hostias a mano abierta),
tres horas después de haberse marchado.
El Sietemesino
Imagen (Google)
Pues yo además le hubiera calentado la cara si llega alguien a mi casa a "regañarme"
ResponderEliminarSon los peligros de la profesión, pero cada cual es dueño de su casa (bueno, la del banco casi siempre) y de su mierda.
Me recuerdas mucho a Quevedo, y en general a toda la picaresca española. Pero con tu poema me río más.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jejeje, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn saludo desde México
Que historia, tal vez fue realidad en alguna ocasión
ResponderEliminarpor fin he vuelto, q amargura no poder comentar nada (en otro momento te deleito con los entresijos informáticos)
ResponderEliminarqué gran historia!!! sigue así por siempre.
un abrazo norteño :)
Jajajaja, qué escatológicos versos y qué bien rimados.
ResponderEliminarBesos