Durante el camino de vuelta él no cesaba de narrarle entusiasmado a la golondrina, cuán simpática y bonita era esa delfina con quien había compartido juegos en el mar. Pero ella raseaba el río pensativa y sin decir una sola palabra.
A partir de aquella mañana no faltarían a la cita diaria con el agua salada, y la avecilla apenas participaría junto a ambas criaturas de su entretenimiento y, sobre un risco de la orilla, los contemplaría taciturna:
-Se les ve tan felices...-, reflexionó en una de las ocasiones, habiendo entendido que ese ya no era su delfín, que él estaba donde y con quien tenía que estar. De manera que, con un sencillo batir de alas, alzó el vuelo dirección al lago.
Aquella misma noche el delfín nadó solo río arriba y tampoco halló a su antigua compañera en el lugar habitual:
-¡Golondrina, golondrina, no te veo! ¿Estás aquí? ¿Por qué marchaste sin esperarme?
La golondrina, entonces, descendió de la copa de su árbol y le replicó:
-Así ha de ser: debes estar en el mar junto a tu nueva amiga y no a mi lado.
-Pero... pero... pero aunque nade y salte con ella, yo no quiero que tú te vayas-, acertó a pronunciar con ojos vidriosos.
-No debes preocuparte por nada. Si la tristeza o la soledad ocupan tu vida algún día siempre podrás buscarme aquí, porque aquí estaré, pero tu lugar has de encontrarlo junto a ella. No olvides que yo pertenezco a la tierra, a los bosques, al aire más distante del agua salada y, aunque a veces pueda acudir al mar, su salitre me daña las plumas... Pero vete, vete y cuando me necesites o me eches de menos aquí estaré.
Él, entonces, comprendió que por mucho que amara a la golondrina no podría olvidarse del maravilloso mar y la simpática delfina; hasta ese momento no había reparado en cuánto los había añorado.
Y así fue como el delfín regresó junto a su nueva amiga haciéndose inseparables y remontando, de vez en cuando, el río para reencontrarse con su antigua compañera. Sin embargo, también sucedía al contrario: la golondrina recordaba tan frecuentemente y con tanto cariño a su amigo, que no faltaban los días en que volara, a pesar de sus años y su cansancio, hasta donde él vivía. Raseaba cuanto le era posible para poder divisarlo mientras rememoraba aquel tiempo en que parecían inseparables.
Y así sucedió la historia del delfín y la golondrina. Por eso, cuando veáis una de estas avecillas primaverales planear muy cerca del agua hasta llegar a tocar con sus alas la superficie acuosa, ya sabéis por qué es: intenta encontrar a su amado amigo.
FIN
La Minina
Imagen (Google)
Bueninma, Minina. Dentro de na te veo recogiendo el Pulitzer, porque vas flechá, jajaja... Saludines y gracias por compartir.
ResponderEliminar(Eva)
Muchísimas gracias aunque inmerecidas. Un saludo.
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